Cada día que pasa, la población toma más conciencia de la importancia de cuidar del medio ambiente y de la necesidad de avanzar a un modelo alimenticio más sostenible. De ahí nace la filosofía del consumo de productos de ‘kilómetro cero’.

Es un término que hace referencia no sólo a la proximidad, tienen que estar producidos en un área menor de cien kilómetros, sino también a la reducción drástica de intermediarios entre el productor y el consumidor, si no puede ser venta directa que haya sólo un intermediario. Frutas, verduras, cereales, huevos o mieles son los principales productos englobados en este término.

En muchas ocasiones aún existe mucha confusión y hay personas que asimilan el kilómetro cero a lo ecológico, pero no es lo mismo.

La diferencia principal está en que los productos biológicos llevan una certificación específica que asegura la ausencia de pesticidas en la producción y otra serie de estrictas normas, mientras que los productos de proximidad carecen de certificación y no deben cumplir unos requisitos establecidos en su producción.

Por ejemplo, si hay un criadero de aves cerca de donde vives y vende huevos que puedes comprarle directamente o en la tienda o herboristería de tu barrio, eso es kilómetro cero.

Sin embargo, si en el supermercado de tu barrio venden unos huevos ecológicos de una granja de Francia, por ejemplo, que pasan por una larga cadena de intermediarios y por varios medios de transporte, eso no es kilómetro cero.

El primer beneficiado por el consumo de productos de kilómetro cero es el propio consumidor. Al ser productos cercanos son habitualmente productos de temporada por lo que se comen en el momento óptimo de maduración natural y con todas sus propiedades.

El segundo beneficiado, pero no menos importante, es el medio ambiente. Cuando más cercana es la producción, menos medios de transporte se usan para su distribución y menor es el impacto ambiental.